
Es cultura, es amor, es pasión, es AVIATION FORCE
"ESTAR EN EL AIRE ES ALGO MUY PARECIDO A LA LIBERTAD"
GUADALAJARA, JALISCO (29/DIC/2013).- “Es la última vez que te vas a poner el uniforme”, le dijo su esposa a Fernando Morales Vela. Quizás no sea la última vez, pero está impecable: ataviado en un traje oscuro, el saco abotonado, la silueta delgada y el temple tranquilo. El gorro reposa a un lado. No hay prisa, porque no está en la sala de espera de un aeropuerto, sino en la comodidad de su casa.
El 13 de diciembre de 2013, el vuelo 808 de Interjet aterrizó a las 17:05 horas en el Aeropuerto Internacional de Guadalajara. Venía de Los Cabos y el piloto era Fernando Morales Vela. Era un día antes de su cumpleaños número 65, edad límite para trabajar en esa aerolínea. Tras 47 años en el aire, el capitán se quitó el gorro sellando 26 mil 529 horas de servicio. Él las recuerda en forma de paisajes radiantes, privilegio que sólo tienen los que tripulan las cabinas de los aviones.
“Tenemos una panorámica muy bonita. Yo considero que es uno de los regalos más bellos de nuestro trabajo, porque aun siendo el mismo mundo, con la luz del amanecer o del crepúsculo, ya cuando se va ocultar, cambian los colores. Los ríos parecen a veces de oro. O las pequeñas lagunitas, como si fuesen de plata. El mismo Lago de Chapala cambia de color conforme a la hora. Es muy bonito”.
Al principio quería estudiar medicina o arquitectura. La familia donde creció, con una relación cercana a la aviación, lo guió por otro camino. “De chico yo escuchaba que tenía un tío piloto. Mi papá también trabajo en la aviación. Ya de adolescente, mi hermano el más grande decidió ingresar en el Colegio del Aire y a partir de ahí yo me sentí más atraído”.
Fernando nació en Durango, pero prácticamente creció en Guadalajara, pues su familia se mudó cuando era pequeño. A los 17 años ingresó como cadete al Colegio del Aire, en 1965. La primera vez que se elevó fue en una de esas naves militares, pequeñas, apenas para dos personas.
“Estar en el aire es algo muy parecido a la libertad. Nunca he sido ave pero yo creo que es lo mismo que sienten: libertad de poder desplazarse hacia donde quieran, ver el mundo desde arriba. Mi primer vuelo lo recuerdo muy bien: sentía yo que estaba volando pero sin el avión”.
El adiestramiento duró tres años, pero fue hasta 1976 cuando culminó su servicio como instructor en la Fuerza Aérea Mexicana y empezó a trabajar en la aviación comercial: voló jets ejecutivos, aerotaxis y servicios privados en general, con aviones con capacidad de hasta nueve o 10 personas. En uno de ellos viajaron los actores estadunidenses Elizabeth Taylor y Richard Burton, de Houston a Puerto Vallarta, a la medianoche.
“Por lo general cuando hay alguna personalidad, nos avisan”. Así conoció al escritor Gabriel García Márquez, a quien trasladó dos veces, y al boxeador Muhammad Ali, poco después de que se había retirado, quien viajaba con su hija de Nueva York a Cancún. “Estaba muy desgastado su físico, incluso con Parkinson, y pues ahí reflexiona uno: todo se acaba”.
Aunque para el joven Fernando, apenas empezaba la mayor travesía de su carrera. Tras pilotear jets, lo contrataron en una aerolínea pequeña que se llamaba Líneas Áreas del Centro. “Éramos pocos pilotos y pocos aviones, y mucho trabajo. Y ya después de eso ingresé a Mexicana de Aviación”. Ahí duró 29 años y se jubiló en 2008 apenas cumplidas seis décadas, edad límite para trabajar ahí. Quién diría que la jubilación definitiva parece que le llegó a Mexicana antes que a Fernando, pues dos años después, la compañía suspendió operaciones y actualmente continúa en concurso mercantil, al borde de la quiebra.
El piloto, en cambio, prestó sus servicios para Interjet por un lustro más y se retira hasta 2013, con todas las glorias.
Emociones aéreas
En los asientos de pasajero, las ventanas de las aeronaves permiten observar las ciudades y las montañas como pequeñas maquetas. Pero los pilotos pueden admirar la belleza de este mundo natural y artificial como si estuvieran en un altísimo balcón.
Fernando Morales Vela soñó con todo eso. A la ciudad de Nueva York la describe como “una alfombra de millones de luces”. Otra de sus impresiones más vívidas es la Cordillera de los Andes, cubierta por una capa de nieve iluminada con luz de luna.
“La otra emoción es estar en los controles de un avión con alta tecnología. Todo se puede hacer con el giro de unos pequeños botones”.
El piloto es testigo viviente de los avances en la tecnología. “El primer avión donde aprendí a volar no tenía ni radio, pero los aviones modernos navegan con satélites, con todos sus procedimientos automatizados. El 99% del vuelo es automático”.
En Mexicana paseaba por todo el continente americano, desde Canadá hasta Argentina, con rutas de hasta 10 horas. Pero, si gran parte del vuelo está automatizado, la pregunta es: ¿qué es exactamente lo que hacen los pilotos?
“Nuestro trabajo inicia cuando nos presentamos en el aeropuerto y nos dan toda la información. Si existiese algún factor, por ejemplo que fuésemos a atravesar una zona de mal tiempo, en eso se concentraría especialmente el vuelo. ‘¿Qué haríamos? ¿Qué tenemos que hacer?’. El resto es muy tranquilo, pero siempre vamos observando los instrumentos, que todo vaya bien, y periódicamente en algunos aviones tenemos que ir registrando los parámetros de los motores, todos los sistemas del avión”.
El resto del tiempo la tripulación puede ir platicando sin perder detalle. Los pilotos están obligados a hacer un monitoreo general de todos los sistemas cada 15 minutos. Si el avión presenta alguna falla, no obstante, automáticamente emite una notificación visible y audible, con luz ámbar o roja.
Fernando se considera afortunado. En sus 47 años en el aire, no atravesó por ninguna emergencia real. Lo más cercano fue cuando se enfrentó a una pérdida de radar por mal tiempo. “Pero lo solucionamos muy bien. Pedimos información de otro avión que venía atrás de nosotros, ajustamos nuestra velocidad —él estaba dos mil pies arriba de nosotros en la misma ruta— y entonces con el GPS nos fueron vectoreando hasta salir del mal tiempo. Íbamos atrás de ellos, rumbo a Los Ángeles”.
La soledad del piloto
Un trabajador del aire, piloto o sobrecargo, pasa entre 60% y 70% de su tiempo fuera de su casa, de su ciudad. Una reglamentación internacional rige las jornadas laborales, y por cuestiones de seguridad del pasaje se prevén descansos mínimos de 12 horas en los casos en los que hay que pernoctar, así como límites de carga horaria.
“No podemos volar más de 90 horas en un mes, ni más de dos mil horas en un año. Y sí, muchas veces
extraña uno mucho, porque quienes viven fuera provisionalmente, trabajan en México pero viven en Querétaro o en otra parte, pues no pueden ir a su casa, porque tardarían otras dos horas en ir y otras dos horas en regresar, y entonces es un poquito de sacrificio para que la familia esté mejor”.
Los pilotos y sobrecargos pasan horas de vuelo, todas las semanas, incomunicados con sus familias, pues al menos en México todavía no se permite el uso de teléfonos celulares en los aviones. La ventaja de todo esto es que a veces tienen oportunidad de turistear y conocer ciudades nuevas. “Cuando se da por ejemplo que los vuelos son dos o tres veces a la semana, sí tenemos varios días de descanso. Pero cuando son diarios, sí hay que salir al día siguiente”.
Fernando tiene dos hijas, una de ellas ya casada y la otra a menos de un año de hacerlo. Cuando terminaron la preparatoria, su papá les preguntó que si les interesaba la carrera de piloto. “Las dos me dijeron que no y me sorprendió porque volaban conmigo muy a gusto, les fascinaba”.
La siguiente pregunta fue “¿por qué?”. La respuesta también fue unísona, pero más dura: “yo no quiero dejar solos a mis hijos”.
“En ese momento yo me di cuenta de que tenían razón, porque les duele mucho a las niñas y a los niños cuando se quedan solos. Saben que regresa uno en cuatro o cinco días y está un rato, y luego otra vez, pero no hay otra forma”.
Tras jubilarse, Fernando aprovecha al máximo su tiempo en tierra. El día de esta entrevista, se levantó a las 5:00 horas y se preparó un café. Dice que ahora va a dedicar más tiempo a leer y a pasear en bicicleta. Tiene planes de viajar por placer; por lo pronto irá a Cozumel, con su esposa. “De alguna manera nos restringimos (los pilotos), no somos mártires pero no podemos hacer muchas cosas”.
Ha tenido varias invitaciones para regresar, pero ahora su decisión es quedarse en casa. “Siento que ya llegué a donde tenía que haber ido. Estoy muy satisfecho con mi trabajo, muy agradecido con Dios y tengo muchas cosas qué disfrutar”. Los paisajes se los quedó él: imborrables, irrepetibles. Ya es momento de dejar descansar a los cielos.